Aún golpeados por las elevadas cifras de fallecidos diarios, los españoles respiran aliviados tras haber dejado atrás el pico de la segunda ola del coronavirus, aquel 9 de noviembre en el que España registró 39.345 casos positivos en 24 horas. Sin apenas tiempo para mirar hacia atrás, el país avanza rápidamente hacia lo que muchos dan por hecho: la tercera ola.
Y por medio están la Nochebuena, la Nochevieja y los Reyes. La primera Navidad con el coronavirus a cuestas serán todo un reto para una sociedad agotada y necesitada de alegrías, pero también con el runrún de los expertos avisando de lo que se nos viene encima.
La realidad es que la segunda ola suma ya 15.000 fallecidos en España, y según el Instituto Nacional de Estadística (INE), desde el 1 de junio hay 8.000 muertes más de las habituales. Hay algo de la segunda ola que sorprende a los expertos: la facilidad con la que la sociedad ha aprendido a digerir cifras que hace unos meses ponían los pelos de punta.
Los mil muertos diarios en marzo y abril eran insoportables, y el miedo se fundió con el dolor y la claustrofobia del confinamiento. Pero ahora conocemos mejor al virus. Y los fallecidos mueren de forma escalonada y repartidos geográficamente, lo cual la convierte en una muerte menos presente, más difusa, en una sociedad que sigue yendo al trabajo y a la escuela.
Sucedió lo mismo en verano, cuando después de muchas semanas en vilo bajo el estado de alarma, Sanidad empezó a notificar cuatro o cinco fallecidos al día. Incluso cero. Empezaron las vacaciones, y los españoles nos dispusimos a olvidar la pandemia.
Una pandemia que seguía allí, con los médicos advirtiendo día sí día también que no se estaban haciendo las cosas bien, y que el país iba de cabeza a una nueva oleada. Eran semanas para relajarse, para olvidar, y la multiplicación de los rebrotes, que tenía que servir como un toque de atención, también empezó a parecer normal.
El plan de rastreo y el refuerzo de la sanidad privada que reclamaban los expertos no llegó, ni las llamadas a la responsabilidad, sobre todo hacia los más jóvenes, parecía tener efecto. Creíamos haber derrotado el virus, pero agosto terminó y llegó la vuelta al trabajo, y al cole, y el temido otoño asomó con un nuevo repunte de los contagios. Estábamos avisados.
La segunda ola llegó y lo hizo de nuevo con España liderando el ránking de contagios y muertes en Europa. El resto de países vinieron detrás, con nuevos confinamientos domiciliaros que en España se logró evitar a cambio del toque de queda. Y un nuevo estado de alarma.
Navidades: otra oportunidad
Y así estamos ahora. España ha pagado un precio muy caro por la relajación del verano. Pero con más de 1,6 millones de contagios y 44.668 muertos oficiales a las espaldas, entramos en diciembre con la curva estabilizada y los fallecidos bajando, y algo parece llamar de nuevo al optimismo.
Navidad será otro verano. Otra oportunidad para olvidar, para relajarse, para dejar atrás el estrés y el medio vividos en la cresta de la ola. Pero luego nos arrollará la tercera oleada sin que la hayamos visto venir. Una vez más. Porque ahora somos más conscientes que antes del riesgo que corremos, pero el hartazgo nos vuelve indulgentes (y vulnerables).
Tendría que servir como advertencia el grito de socorro de los hospitales, donde la situación vuelve a estar bajo control pero ven imposible responder con garantías a una nueva oleada en apenas un mes. Es inasumible. Sobre todo para plantillas precarias de médicos y enfermeros rotos por el cansancio y por la presión. Sencillamente no pueden más.
Lo piden los médicos y los expertos
Esta puede ser la segunda vez que tropecemos con la misma piedra, pero ya no habrá excusas. El coronavirus hará lo mismo que hizo hasta ahora. Sus costumbres no cambian. Pero nosotros tenemos la posibilidad de cambiar nuestro comportamiento. Es lo que están pidiendo las autoridades, los científicos, los médicos.
Por si sirve de algo, las advertencias siguen ahí. Mientras las familias tratan de organizar las celebraciones de Navidad, médicos y expertos lanzan recomendaciones con un solo objetivo: concienciar a la población de que los contactos sociales van a traer consecuencias en forma de repunte de los contagios, y eso significa más presión para los hospitales y más fallecidos.
El Centro Europeo de Control y Prevención de Enfermedades así lo avala con un estudio que toma como referencia los datos de contagios en todo el continente. Su pronóstico es que los casos, las hospitalizaciones y las muertes crecerán a principios de 2021. Si sucedió en verano, cuando disfrutábamos al aire libre, es imposible que no suceda ahora, en espacios cerrados.
La inercia y el agotamiento de la población lleva a las autoridades a relajar las medidas todo lo posible y alimentar la esperanza con la llegada de las vacunas. Pero eso no lleva más que a asumir de forma colectiva que la Navidad nos llevará a una tercera ola. Una forma más de esconder, por ejemplo, que seguimos sin un sistema efectivo de rastreo y con la atención primaria hecha unos zorros.
Un último dato. Según una encuesta reciente en una publicación suiza, Frontiers, España es uno de los países donde los científicos se sienten más ignorados por los políticos. Algo que se ilustra fácilmente con las reiteradas negativas del Gobierno español a crear una comisión independiente de gestión de la pandemia, a pesar de la petición de los científicos.
Pero todo esto no son más que argumentos, excusas, para echarnos a la cara los unos a los otros cuando llegue la tercera ola. Los políticos a los ciudadanos por su irresponsabilidad. Los ciudadanos a los políticos por su gestión. Estamos avisados.
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