La cuarta hija de Stephen y Amy, un matrimonio de Cumbria, Inglaterra, nació mucho antes de lo que la pareja había planeado: con solo 29 semanas de gestación, Poppy Smith llegó a este mundo, con todas las complicaciones que los hijos prematuros suelen tener. Durante meses tuvo que permanecer dentro de una incubadora, con un futuro incierto por delante, pero con el amor de sus padres apoyándola por detrás. 3 meses más tarde, Poppy estaba lo suficientemente fuerte como para irse a casa junto a su familia.
Stephen y Amy estaban felices, pero pronto notaron algo inquietante: Poppy botaba la comida o se le caía de la boca. Fue entonces cuando le diagnosticaron el síndrome de Möbius, una enfermedad neurológica muy rara que afecta el movimiento de los músculos y los ojos. Quizás nunca aprendería a hablar o a caminar.
A pesar de los pronósticos, la familia no se iba a rendir. Y, de hecho, Poppy demostraba crecer y aprender todas las cosas como cualquier bebé. El año 2016 fue muy bueno, a excepción de algunos pequeños problemas respiratorios. Pero entonces, cuando Poppy iba a cumplir 2 años de edad, todo se derrumbó.
Un día, Amy entró a la pieza de Poppy e intentó despertarla, pero su hija no reaccionaba. “Podíamos escuchar que su corazón latía, pero no respondía. Respiraba, pero parecía que estuviera ahogándose”, recuerda el padre. La llevaron de urgencia a un hospital local y luego al hospital pediátrico Alder Hey en la ciudad de Liverpool.
El día de su cumpleaños número 2, algo horrorizó a la pareja. “Sus ojos empezaron a desviarse hacia atrás. Una radiografía de su pecho mostró que sus pulmones estaban llenos de líquido y que estaba teniendo un paro respiratorio. Esa noche empezó a sacudirse y a tener convulsiones. Se estaba deteriorando rápidamente”, cuenta angustiado Stephen.
Además, un escáner reveló que la pequeña Poppy estaba sufriendo hipoxia cerebral severa. Los doctores no sabían si sería capaz de sobrevivir. ¿Perderían a su hija así de fácilmente, luego de dos años de lucha? Los días siguientes fueron los más dolorosos de sus vidas.
En Nochebuena, la familia completa fue a acompañar a Poppy al hospital. Esta era, quizás, la última vez que podrían celebrarla todos juntos. Macey, su hermana de 12 años, hizo pedorretas en la barriguita de la pequeña Poppy y, ante la estupefacción de todos los presentes, la pequeña, que llevaba semanas sin reaccionar, comenzó a reír.
“Fue impactante. Después descubrimos que no es raro que las personas en este estado muestren emociones […] Los doctores dijeron que podían ser reflejos espinales, pero se sintió como mucho más que eso”.
Ya han pasado 9 semanas de aquello y Poppy ha demostrado avances increíbles. Desde las cosquillitas que le hizo su hermana, su recuperación ha ido viento en popa y ya es capaz de gatear y hablar (incluso más que antes, según cuentan sus padres). Ahora se encuentra en recuperación intensiva y fisioterapia para recuperar la movilidad perdida.
Actualmente la familia tiene una campaña en gofundme para financiar la fisioterapia privada que Poppy requiere para tener mejores expectativas de futuro. Muchas personas ya han apoyado a la pequeña y creen que esta luchadora tiene todo un futuro por delante si se le otorgan los cuidados adecuados. ¡Ciertamente ha demostrado tener una fortaleza de otro planeta! Pero lo más impresionante es que todo haya sido gracias a las tiernas cosquillitas que le hizo su hermana. Definitivamente, el amor lo puede todo.
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