Los 'populares', con 31 escaños, ganan las elecciones pero necesitan de la derecha radical para formar gobierno. El PSOE se sitúa como segunda fuerza con 28 procuradores, muy perjudicado por la irrupción de Soria ¡Ya! y UPL
El PP ha ganado las elecciones en Castilla y León pero sólo con sus fuerzas no podrá gobernar. Se impone un pacto con Vox, gran triunfadora de los comicios, bien formando coalición de Ejecutivo bien suscribiendo un pacto de legislatura. Así, la primera comunidad en extensión vira hacia una derecha más dura sin el tinte liberal que imprimía Ciudadanos, un partido que ha quedado a un paso de la desaparición.
Los populares han conseguido la victoria pero muy lejos del resultado aplastante al que aspiraban emulando el triunfo arrollador de Isabel Díaz Ayuso en Madrid. Con un 31,51% de los votos, ocuparán 31 escaños, a diez de la mayoría absoluta. 371.600 castellano leoneses han escogido su papeleta, 60.000 menos que en las pasadas elecciones.
Desde hoy, su candidato, Alfonso Fernández Mañueco, tendrá que sentarse a negociar con Vox, una formación que ha dado un salto espectacular y con la que el popular tendría garantizados los respaldos suficientes para ser investido en primera vuelta y, después, en caso de conformar un Ejecutivo de coalición, gobernar con el desahogo de una mayoría absoluta condicionada siempre por los designios de una derecha radical que en esta ocasión ha demostrado músculo.
El avance de Vox, de hecho, ha taponado las expectativas populares que apenas han mejorado su resultado respecto a los comicios de mayo de 2019 en dos escaños.
Vox ha pasado, con el 17,6 % de los sufragios, de tener un sólo procurador en la asamblea castellano leonesa, a hacerse con 13 puestos. Esta formación ha aglutinado 210.000 votos, 135.000 más que en mayo de 2019. Sus planteamientos y sus exigencias marcarán decisivamente la política que a partir de ahora se despliegue en la comunidad autónoma.
Y no sólo, porque estos resultados imprimirán carácter en la escena nacional. Pablo Casado no cuenta con el éxito indubitado que pretendía para dar por definitivamente allanado el cambio de ciclo político que persigue con la vista puesta en las próximas elecciones generales. El PP ha ganado, sí, pero su victoria ha sido pírrica, aun cuando sus líderes, anoche, se esforzaban por levantar la bandera de una nueva inercia política en el país.
Lo cierto es que el líder del PP, en una futura contienda nacional tendrá que lidiar con el lastre del pacto con Vox dando alas al mensaje del miedo a la derecha extrema que insistentemente agitan Pedro Sánchez y sus aliados de investidura en el Congreso de los Diputados.
El PSOE, por su parte, se mantiene como segunda fuerza pero registrando un duro varapalo en las urnas. En las elecciones de 2019, el candidato socialista, Luis Tudanca, venció en los comicios con 35 escaños aunque finalmente el pacto PP-Ciudadanos le arrebató la Presidencia.
Hoy, sin embargo, dos años y medio después, no ha sido capaz de repetir hazaña. Las urnas le han hurtado en esta ocasión siete procuradores y ha pasado, con el 30,1% de los votos, de 35 a 28. La papeleta socialista la han escogido 357.000 ciudadanos, 123.000 menos que en los últimos comicios.
Al PSOE le ha perjudicado la irrupción de formaciones de carácter provincial -Soria ¡Ya! y Unión del Pueblo Leonés- que han conseguido en sus respectivos territorios hacerse con tres procuradores cada una. Soria ¡Ya! ha logrado 20.000 votantes en su provincia y con ello le ha arrebatado dos escaños al PSOE. Unión del Pueblo Leonés ha tenido 50.000 votos y le ha restado otros dos a la candidatura socialista.
Por Ávila, una escisión del PP, ha revalidado con 13.200 papeletas su escaño, en tanto que Unidas Podemos, la fuerza que en principio sería aliada natural del PSOE, sólo ha conseguido, con un 5,8% de los sufragios -60.400-, un representante, lo mismo que Ciudadanos que ha obtenido un 4,5% de los votos. Los naranjas han logrado resistir sorteando el precipicio de la desaparición pero su fuerza queda totalmente diluida en la nueva fragmentación que vivirá el Parlamento autonómico. Francisco Igea repitió anoche el mensaje que ya lanzó en el segundo debate electoral proponiendo un imposible: el pacto a la alemana entre socialistas, populares y liberales para esquinar definitivamente a Vox.
A Unidas Podemos no le quedó más remedio que reconocer el descalabro y el «retroceso». Pese a ello, su candidato Pablo Fernández, aseguró sentirse «respaldado» por su partido y aseguró no tener intención alguna de dimitir.
En una lectura nacional, Pedro Sánchez tampoco sale bien parado. La derecha, esta vez en tándem, ha dado un nuevo revolcón a su partido. No tan contundente como el de Madrid, pero golpe al fin y al cabo. Y ello a pesar de que el Gobierno puso a disposición de Tudanca toda la artillería de «logros» alcanzados por la coalición progresista: los fondos europeos, la subida de las pensiones, el bono joven, el ingreso mínimo vital, el incremento del salario mínimo e incluso la controvertida aprobación de la reforma laboral. Nada de esto ha sido suficiente para arrebatarle al PP un feudo tradicional en el que lleva gobernando desde hace más de tres décadas.
Anoche, Alfonso Fernández Mañueco recalcaba su intención de «dialogar con todos» para formar un Gobierno «sólido y estable» capaz de emprender una nueva etapa de prosperidad en Castilla y León. Mientras tanto, en Génova, sede central del PP, apuntaban la posibilidad de «tantear opciones» distintas a Vox, pero esta vía en realidad apenas tiene posibilidades.
Casi al mismo tiempo, el líder nacional de Vox, Santiago Abascal, anticipando ya la previsible intención de su partido de reclamar la entrada en el futuro Gobierno de la Junta, espetó a su candidato, Juan García-Gallardo: «¡Qué cara de vicepresidente se te está poniendo!»
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