En la primera mitad del siglo XX se produjo uno de los sucesos más aterradores y devastadores en la historia de la humanidad: La Segunda Guerra Mundial. Con más de 72 millones de muertes, este conflicto armado, en el que participaron activamente 23 países, acabó con el 3,75% de la población mundial de ese entonces.
Más allá de los aterradores relatos de los campos de concentración, las cámaras de gas y la destrucción sin sentido, existen historias de las cuales muchas personas jamás han escuchado, esta es una de ellas.
Después de la Primera Guerra Mundial Alemania quedó devastada y se sentía humillada. Fue este sentimiento, en parte, el que permitió a Hitler hacerse del poder y del apoyo de la gente de manera tan abrumadora. Millones de personas, como la chica en esta historia, quedaron impresionadas y apoyaron a la maquinaria Nazi sin dudarlo.
Hildegard Trutz era una joven alemana que en 1933, 6 años antes del inicio de la Guerra, se unió a Bund Deutscher Mädel (Liga de Muchachas alemanas), fracción femenina de las Juventudes Hitlerianas. Las miembros de esta organización tenían que ser ciudadanas alemanas, arias, y libres de enfermedades hereditarias.
Tras cumplir 18 años de edad, una de sus líderes se acercó a ella y le dijo: “Si no sabes que hacer ¿por qué no darle al Führer un hijo?”. Fue así que se unió al proyecto Lebensborn, un programa de reproducción selectiva con el objetivo de promover el crecimiento de las poblaciones arias “superiores” a través de selecciones médicas que aplicaban criterios eugenésicos y raciales.
Solo las mujeres de cabello rubio, de ojos azules, sin defectos genéticos y con ciertas medidas físicas específicas podían ser aceptadas en el programa.
Aparte de proveer de hogares de maternidad y asistencia financiera a las esposas de los miembros de las SS y a madres solteras, el proyecto Lebensborn administraba orfanatos y programas para dar en adopción a los niños, y seleccionaba a mujeres y soldados que consideraba idóneos para crear bebés “perfectos”, si bien los individuos no eran forzados a reproducirse.
Las chicas entraban a un salón en donde se encontraban los oficiales y ellas podían entablar una conversación con el que quisieran. “Todos eran muy altos y fuertes, con ojos azules y pelo rubio”, recuerda Trutz.
Allí ellas escogían a uno de los hombres y, cuando llegaba el momento más fértil de su ciclo, le enviaban al chico a su habitación para que tuvieran relaciones.
“Como el padre de mi hijo y yo creíamos completamente en la importancia de lo que estábamos haciendo, no teníamos vergüenza ni inhibiciones de ningún tipo“, confesó Hildegard.
Luego de dos semanas del nacimiento de su hijo, el pequeño fue enviado a una casa de cuidado especial, nunca más volvió a verlos ni a él ni al padre.
Tiempo después se enamoró de un joven oficial y contrajeron matrimonio. Al confesar lo que había hecho, su esposo no estaba muy contento, pero sabiendo que lo había realizado por el Führer no la criticó y lo aceptó.
Durante la Segunda Guerra Mundial nacieron al rededor de 20 000 niños en hogares Lebensborn, 8000 en Alemania, 8000 en Noruega, el resto en otros países ocupados.
Contrario a las expectativas del programa, muchos de los niños que nacieron como consecuencia no mostraron ser “especialmente talentosos” ni ser “inmunes” a enfermedades o discapacidades.
En noviembre de 2006 tuvo lugar un encuentro abierto entre varios niños Lebensborn, con el propósito de disipar los mitos por la desinformación sistemática y con el objetivo de estimular a aquellos afectados a investigar sus orígenes y superar las traumáticas experiencias personales generadas por el proyecto.
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