Bauman: En el mundo actual todas las ideas de felicidad acaban en una tienda

19.11.2019 11:34

Cuando escucha la primera pregunta, Zygmunt Bauman se endereza levemente sobre el estampado floral de su butaca. Luego arquea sus cejas, con pelos largos como meñiques. Y, tras una interminable calada a su pipa, masculla una respuesta: «Por favor, come un poco... Necesito tiempo para pensar».

El sociólogo señala el bufé que ha preparado en la mesita de su salón: fresas con nata, bizcocho casero, frutos secos y zumo de pera. No es el único detalle inusual: frente a tantos intelectuales de renombre, Bauman renuncia al piloto automático en las entrevistas. A cambio, lo que llega a continuación de su pausa no es una simple respuesta, sino un discurso de más de 15 minutos repleto de meandros argumentales y citas rebuscadas, más parecido a una de sus lecciones en la Universidad de Leeds que a un simple encuentro con un periodista extranjero.

La excusa de la visita a su hogar esta mañana de otoño es Extraños llamando a la puerta (Paidós). En su nuevo ensayo, el polaco, de 91 años, engarza la crisis de refugiados con la idea capital de su obra: la modernidad líquida. Es decir, cómo los pilares sólidos que apuntalaban la identidad del individuo -un estado fuerte, una familia estable, un empleo indefinido...- se han ido licuando hasta escupir una ciudadanía acongojada por la zozobra permanente y el miedo a quedarse atrás.

«Los europeos -truena la voz del precariado con su inglés de fuerte acento polaco- nos encontramos con la llegada repentina de millones de personas que, hasta hace unos años, tenían vidas muy parecidas a las nuestras: trabajos de calidad, casas propias, ambiciones profesionales... Y, de golpe, son refugiados que lo han perdido todo por culpa de la guerra. Su aparición en masa nos hace conscientes de cuán frágil, inestable y temporal es la presunta seguridad de nuestras vidas. La inmigración nos provoca tanta ansiedad porque ese miedo a perderlo todo ya estaba ahí, latente, por la creciente precariedad de la vida occidental. Y cuando ves a miles de refugiados que acampan en una estación de tren europea, te das cuenta de que ya no son simples pesadillas, sino realidades que puedes ver y tocar».

Desde su primera respuesta, Bauman deja claro que a él no se le entrevista: se le escucha. Sus intervenciones son tan frondosas como su bibliografía. Unas veces responde las preguntas que se le formulan; otras, las ignora con descaro. Y es difícil adivinar si no las ha escuchado -es duro de oído- o si, simplemente, disimula cuando la charla toca temas que no le interesan. Así ocurre, por ejemplo, con el Brexit y la deriva xenófoba del Reino Unido, que tan generosamente le acogió a principios de los 70 tras la purga antisemita de su Polonia natal. Tres preguntas, cero respuestas.

Tras su arenga inicial, Bauman está exhausto. Sufre reúma, tose sin parar y tiene el corazón delicado. Así que pide parar un rato: «Por favor, come un poco más hasta que vuelva». Y, con paso inestable, se escapa al baño.

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