Un joven banquero compra el coche de sus sueños: un Ferrari nuevo. Después de pagar 500.000 dólares, da su primer paseo y se detiene en un semáforo en rojo.
Mientras espera la luz verde, un decrépito pensionista se detiene al lado en su motocicleta amarilla. El viejo mira el Ferrari y le pregunta: "¿Qué clase de conductor eres, hijo?".
El joven dice: "El de un Ferrari. Cuesta alrededor de medio millón de dólares".
"Wow, eso es mucho dinero", dice el viejo, impresionado, mientras se pasa los pulgares por los tirantes del pantalón. "¿Por qué es tan caro?".
"¡Porque puede alcanzar los 330 km/h!", dice el banquero con orgullo.
"Me pregunto si podría echar un vistazo dentro", pregunta el conductor de la moto. "Claro", dice el vanidoso dueño. El anciano asoma la cabeza por la ventana y se maravilla de los asientos de cuero y de los brillantes accesorios. Luego saca la cabeza del coche, se sienta en su motocicleta y dice: "Tienes un vehículo muy elegante, pero yo prefiero quedarme con mi fiel motocicleta".
Poco después el semáforo se pone en verde, y el banquero quiere mostrarle al viejo de qué es capaz su coche: emprende la marcha a toda máquina y en 30 segundos el velocímetro muestra 200 km/h. Pero de repente ve un punto amarillo en su espejo retrovisor, que se acerca cada vez más. Desacelera para ver qué es, y... ¡woosh! la moto lo rebasa a una velocidad de lince.
"¿Qué diablos podría ser más rápido que mi Ferrari?", se pregunta el joven. Pisa el acelerador y lleva el Ferrari a 250 km/h. Allí está el viejo en la motocicleta, justo enfrente de él. Sorprendido de que una motocicleta pueda adelantar a su Ferrari, sigue acelerando y rebasa a la moto a 300 km/h.
Se está riendo condescendientemente hasta que mira por el espejo retrovisor y ve que el anciano vuelve a la carga. Aturdido, el banquero pisa el acelerador hasta el fondo y alcanza los 330 km/h. 10 segundos más tarde, la moto vuelve a reponerse.
El joven se rinde y disminuye lentamente la velocidad. La moto se estrella en la parte trasera del Ferrari y lo destroza. El joven se detiene, salta del coche y apenas puede creer lo que ven sus ojos: el anciano sigue vivo. Corre hacia el hombre malherido y le dice: "¡Oh, Dios mío! ¿Hay algo que pueda hacer por ti?". El anciano respira con sus últimas sus fuerzas: "Quita... mis... tirantes .... de... tus... espejos laterales!".
Comentarios